En este articulo:
En el Día Internacional de la Mujer, denunciamos cuál es la verdadera guerra contra la mujer.

Escriba “guerra contra las mujeres” en Google y se sorprenderá con los resultados. Probablemente no encontrará, a menos que investigue profundamente, ninguna mención de la verdadera guerra contra las mujeres. Pero la matanza que resulta de esa guerra está en todo alrededor nuestro. Y los mayores culpables, al menos en los Estados Unidos, son aquellos que afirman, a muy alta voz, que hablan en nombre de las mujeres y de otras personas que forman parte de la creciente lista de “minorías oprimidas”. Estos activistas pertenecen a la Izquierda Sexual y al movimiento LGBT.

 

La Revolución Sexual, a pesar de su pretensión de “liberar a las mujeres”, disparó el primer disparo de esta guerra. Si bien es cierto que el orden que existía antes de la revolución sexual puede haber producido sus propias opresiones y complejos respecto al sexo, en general mantuvo el acto dentro del matrimonio, lo cual brindaba innegables protecciones a las mujeres y a los niños. Los hombres, que en general tienen una tendencia hacia el libertinaje sexual desenfrenado, para poder sostener relaciones sexuales se veían obligados a asumir el compromiso del matrimonio, y a tener que proporcionar un hogar estable y un compromiso digno de confianza con su esposa y familia. En este proceso, los hombres se fueron “civilizando”.

 

Este orden, de acuerdo al autor y locutor de radio Dennis Prager, tuvo su origen en una insurgencia sexual previa, a la que él llama “la revolución sexual del judaísmo”, la cual estuvo basada en las Escrituras hebreas y fue impulsada por el cristianismo. Dicha revolución ve a hombres y mujeres (a pesar de sus obvias diferencias) como iguales en cuanto a que ambos portan la imagen de Dios. Según escribe Prager: “Esta revolución consistió en obligar al genio sexual a entrar en la botella conyugal. Además, fue la responsable de que el sexo dejara de dominar a la sociedad, y de que se intensificara el amor y la sexualidad entre hombres y mujeres (y de este modo, casi creó la posibilidad del amor y el erotismo dentro del matrimonio) y dio inicio a la ardua tarea de elevar el estatus de la mujer”.

 

Cualquiera que tenga un mínimo conocimiento de la versión actual de la civilización occidental tendrá que admitir que hemos liberado en gran medida al genio sexual de la botella conyugal. Como resultado, en lo que respecta al sexo los hombres han regresado a las costumbres previas a la revolución judeocristiana, y el estatus de las mujeres ha comenzado un molestoso retroceso hacia los días del antiguo paganismo. La prostitución, la pornografía y otros males sociales han vuelto a salir a la luz pública, a menudo envueltos en un nuevo manto de respetabilidad.

 

El sociólogo Mark Regnerus señala tres avances tecnológicos que han hecho que el sexo sea más fácil de obtener para los hombres en los últimos años, colocándolos así en una clara ventaja al negociar el “precio” del sexo con mujeres, quienes son cada vez sufren mayor desventaja: la anticoncepción, la pornografía en línea y los sitios de citas en línea. . Este sociólogo declara que ahora “los hombres pueden ver más carne en cinco minutos que sus bisabuelos durante toda su vida”. No es de extrañar que las tasas de matrimonio estén disminuyendo. Muchas mujeres se encuentran a sí mismas compitiendo con un mucho mayor número de alternativas sexuales para los hombres que las que sus madres jamás soñaron, y la idea de abstenerse del sexo hasta que la relación se formalice con un anillo parece absurda. Sin embargo, sin estas formalidades, nos quedamos con el crudo utilitarismo del viejo refrán: “¿Por qué comprar la vaca cuando puedes obtener la leche gratis?”

 

Por supuesto, el sexo no se ha divorciado del matrimonio simplemente en detrimento de las mujeres, sino de la propia maternidad. Lo único que la mujer está diseñada para hacer y que el hombre no puede hacer (llevar a un niño en el ambiente seguro y nutritivo de su propio cuerpo hasta su nacimiento) hoy en día se considera, con demasiada frecuencia, como si fuera un extraño resultado del acto sexual, como algún tipo de enfermedad.

 

La respuesta lógica, abortar y pretender que el niño nunca existió, se considera como el punto máximo de la igualdad, como un “derecho reproductivo” inviolable, a pesar de que lo único que se reproduce es el egoísmo. La mujer es disminuida como mujer, alentada o presionada a negar su feminidad esencial (y la humanidad de su hijo) en nombre de la “justicia social”. Y seguramente algunas de las víctimas más trágicas de esta guerra despiadada contra las mujeres son los millones de niñas (y niños) no nacidos, que fueron arrancados sin piedad del vientre de sus madres.

 

Además, el retroceso de la revolución sexual del judaísmo frente a este ataque, ha dejado un vacío que se ha llenado con demasiada rapidez de un resurgimiento de la homosexualidad, de alguna manera intentando negar la necesidad del “binario” hombre-mujer. Al examinar el crecimiento del judaísmo y del cristianismo a lo largo de la historia, Dennis Prager señala “la correlación directa entre el predominio de la homosexualidad masculina y el declive del rol social de las mujeres. La mejora de la condición de las mujeres se ha producido exclusivamente en la civilización occidental, que resulta ser la civilización menos tolerante con la homosexualidad”.

 

Según el sociólogo Rodney Stark, fue el crecimiento del cristianismo lo que socavó la práctica romana del infanticidio de niñas, rechazó los matrimonios infantiles de las niñas cristianas, protegió a las esposas de los peligros de muerte causados por los abortos, y estableció la castidad para los solteros, tanto mujeres como hombres.

 

No podemos dejar de notar los efectos nocivos que tiene sobre las mujeres el movimiento LGBT cada vez más militante, que es resultado del estridente activismo homosexual de nuestra sociedad. En nombre de la “igualdad”, la “Ley de Igualdad” propuesta por la Cámara de Representantes de Estados Unidos, controlada por el Partido Demócrata, prohibiría la discriminación basada en la “identidad de género”. Según Abigail Shrier, escribiendo en The Wall Street Journal, “Cualquier hombre biológico que se identifique a sí mismo como mujer tendría, según la Ley de Igualdad, derecho legal a ingresar a los baños, vestuarios e instalaciones de protección de mujeres, tales como los refugios para mujeres maltratadas. Esto pondría a las mujeres y niñas en riesgo físico inmediato”.

 

Por supuesto, muchos hombres biológicos ya han entrado en estos lugares basándose simplemente en su declaración o creencia de que son mujeres. Otros han hecho que sus cuerpos sean alterados, con fines de obtener dicho acceso. Pero la mera afirmación de sentir que uno es mujer –incluso en ausencia de cualquier evidencia física que lo corrobore– es suficiente para hacer girar las ruedas de la “justicia social”. ¿Qué tiene que ver este sentimiento con el hecho de la feminidad biológica? ¿Cómo protege esta tendencia los intereses de las niñas de secundaria que de repente se ven obligadas a competir contra hombres transgénero, que son más grandes, más rápidos y más fuertes?

 

Consideremos el reciente y estratosférico crecimiento del número de personas que afirman ser de un género distinto a su sexo biológico. Según el Servicio de Desarrollo de la Identidad de Género del Reino Unido, en 2010, apenas 40 pacientes femeninas fueron remitidas para recibir tratamiento de género. En 2018, el número de casos de este tipo creció un 4,400%, hasta la asombrosa cifra de 1,806. El Servicio Nacional de Salud reportó que un alto 72% de los pacientes que buscan tratamiento de género nacieron mujeres.

 

Se están reportando tendencias similares en los Estados Unidos, a medida que el tren LGBT gana velocidad. Algunas feministas valientes, acostumbradas a defender nociones como igualdad de trato e igualdad salarial, están expresando preocupación, e incluso oposición. Kara Dansky dice que “en ciertas cuestiones, como la identidad de género, la pornografía y la prostitución… la izquierda prácticamente ha vendido a las mujeres”.

 

Así que la próxima vez que escuches a un activista hablar de una supuesta “guerra contra las mujeres”, no tengas miedo de hablar sobre la verdadera guerra contra las mujeres.

 

 

Artículo por:  Stan Guthrie para Breakpoint, Colson Center. 

Fuente original: https://breakpoint.org/the-real-war-on-women/ 

Traducido y adaptado por Rossa Yvonne Núñez para Grupo Acción Cristiana.

Stan Guthrie es un entrenador de vida y ministro autorizado, además de editor general del Colson Center for Christian Worldview. Stan es el autor del próximo libro: Victorious: Corrie ten Boom and The Hiding Place.

Foto: Pexels, Andres Ayrton

 

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